Reflexiones sobre la función de los límites en la crianza de los niños.
La familia, como parte de la sociedad y expresión de la misma, es la organización social que más ha transitado por cambios en los últimos tiempos. De ese modo, a las familias tradicionales, compuestas por papá, mamá e hijos, se han sumado nuevas formas de la misma: familias sostenidas por mamá o papá solos, otras que luego de un divorcio se reorganizan de una manera nueva, con integrantes de la familia de la pareja de uno de los padres, aquellas de parejas homosexuales, etc.
Sin embargo, las funciones de la familia, cualquiera sea su forma, no han variado. Ellas son básicamente dos: la función de sostener y de limitar.
Cuando un niño nace, es un ser humano frágil, que necesita de otros que lo cuiden, alimenten, abrigen y le brinden contención emocional. La familia en ese sentido es indispensable para sostener a ese niño y ayudarlo a crecer. A medida que este va adquiriendo autonomía, comienza a integrarse a otros grupos, extra familiares. Así empieza a asistir a la guardería, la escuela, a realizar un deporte, etc. Para poder realizar ese pasaje de lo intra a lo extra familiar, es necesario que la familia haya podido no solo sostener al niño, a la manera de un tutor sostiene a un árbol en su crecimiento, sino también marcarle e introducirlo en los valores y prohibiciones que se comparten con el resto de la sociedad. Esto implica que los límites, los NO que se dicen al niño, entre otras cosas, lo ayudan a crecer y prepararse para el mundo por fuera de su familia.
Por otro lado, el NO cuida, ayuda al niño a poder pensar que no se puede todo, lo que implica reconocer sus propios límites, cuidar su cuerpo como otros lo han cuidado a él, diciendo que no a lo que lo pone en riesgo, asimismo lo prepara para aquellas cuestiones de la vida que lo enfrentarán con lo que no se puede, con las frustraciones y el poder sobreponerse a ello, brindando la idea de lo necesario del esfuerzo para conseguir lo que uno desea.
Por ello decir que sí a todo es brindarle al niño la ilusión de su omnipotencia, es coartar la posibilidad de transitar por otros espacios con una convivencia pacífica con otros seres humanos.
De este modo, así como en necesario abrigar, sostener, también lo es marcar esa diferencia esencial entre adultos y niños, que implica que los vínculos entre padres e hijos no son simétricos, puesto que los adultos tienen la obligación del cuidado así como también de la puesta de límites. Esta idea, la de la asimetría entre adultos y niños, se trasladará luego a otros ámbitos por donde el niño transite (por ej. Escuela), permitiéndole a este adaptarse a las reglas de esos espacios y reconocer en otras figuras adultas la autoridad y el cuidado que reconocen en sus padres.
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