En los últimos años se han incrementado las consultas de personas que padecen de “ataques de pánico”. Resulta importante poder definir en este contexto qué síntomas podemos englobar en dicha problemática: aparición temporal y aislada de miedo o malestar intenso, palpitaciones o elevación de la frecuencia cardiaca, sudoración, temblores, sensación de ahogo, opresión en el pecho, mareos, miedo a perder el control, miedo a morir, etc.
Las personas que consultan suelen concurrir en estado de urgencia debido al malestar que conlleva esta sintomatología y por presentarse muchas veces de manera azarosa en diversos contextos: al viajar en colectivo, al entrar en un negocio, en situaciones de stress (rendir un examen, enfrentar un cambio laboral, situaciones familiares complejas, separaciones, perdida de un ser querido, etc.).
En ocasiones, la angustia que se siente en las crisis subsiguientes no depende tanto de las causas que la originaron (algunas de las situaciones que mencionamos anteriormente) sino que algún evento trivial recuerda o se asocia en la mente a ese primer traumático episodio y a la posibilidad de pasar por la misma experiencia, provocando esas sensaciones negativas. Por ello, con el paso del tiempo, las crisis se despegan de una causa ubicable y comienzan a presentarse agravadas en intensidad y frecuencia en distintas situaciones, provocando un deterioro en diversas áreas de la persona que lo padece (actividad laboral, social, familiar, etc.)
Lo traumático de las crisis de pánico reside en la sensación de pérdida de control, de imprevisibilidad, y de la sensación de carencia de recursos para enfrentar esta situación de indefensión e impotencia.
¿Podríamos determinar una causa generalizable para estos problemas? No. La respuesta sólo puede ser singular para aquella persona que padece la crisis de angustia, dado que la misma es resultado de un proceso detenido (duelo, dificultades de pareja, problemas laborales, etc.) por no poder ser enunciado con palabras, algo permanece en silencio y hace manifestación en el cuerpo y la mente a través de los distintos síntomas.
¿Qué hacer frente a esta situación? La mejor solución a esta problemática es realizar una consulta temprana, es decir, ante la primera manifestación de los síntomas, con un profesional de la salud mental.
El tratamiento consistirá en elaborar herramientas para el afrontamiento de la angustia, intentando por medio de la palabra y del intercambio con otro, ubicar las causas para dicha angustia, favoreciendo de esa manera la elaboración de las situaciones que pudieron haber desencadenado el malestar.
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