Quizás sea frecuente pensar que el calendario es una cuestión trivial, que sólo nos permite organizar nuestro tiempo. Suele pasarse por alto que las fechas también tienen un significado simbólico para nosotros. Testimonio de esta aseveración son aquellas sensaciones que se presentan al acercarse el final del año. Una mezcla de apuro, alegría, tristeza, stress, euforia, añoranza, y hasta angustia puede apoderarse de nosotros.
El fin de año simboliza el final de una etapa en nuestra vida. Como toda conclusión, lleva a replantearse aquellas cuestiones que se establecieron como objetivos para el comienzo de aquella. El saldo del balance puede ser positivo si se pudieron concretar las metas establecidas al principio del año, o puede ser negativo si no se logró lo esperado. De todas maneras, evaluar el año en términos de resultados nos hace perder la idea de proceso, del esfuerzo, el trabajo y la energía necesario que invertimos para lograr aquello que nos propusimos, mucho más importante que los resultados en sí por el aprendizaje y experiencia que ello deja.
Es entonces, por sobre todo, una época de duelos: por lo que pudo ser y no fue, por los que ya no están, por las expectativas que no se concretaron, por el tiempo perdido irrecuperable, etc.
Pero a la vez es una época de alegría, festejos, esperanza por lo que puede ser el año entrante, por lo que viene.
Por otro lado, con el fin de año llegan los festejos familiares, que muchas veces pueden ser problemáticos por lo que implica juntarse con otros: así como generar alegría, pueden revivir antiguas enemistades, rencores o conflictos. Asimismo, estas fechas hacen presentes las ausencias, se presentifica aquellos seres queridos que deberían estar y no están, ya sea por el fallecimiento, o el alejamiento, o las separaciones.
Se plantean preguntas en este sentido: ¿con quien pasar las fiestas? ¿Cómo negociar con los otros el propio criterio o la propia elección? En este sentido, surgen conflictos internos entre lo que uno quiere y lo que debería ser. Es importante poder discernir entre aquellos mandatos que nos atan y no nos permiten elegir con libertad, entre aquellas cuestiones que se nos imponen como ideales de lo que debería ser, y lo que realmente queremos.
Como son situaciones que se repiten, resulta saludable comenzar a dialogar y establecer acuerdos con la pareja, la familia o los amigos, pudiendo expresar lo que pensamos, lo que queremos, escuchando la decisión de otros, realizando acuerdos.
Las fiestas de fin de año, simbolizan el cierre de una etapa, pero a la vez son el anticipo de aquello por venir, por dicha razón, deben ser una experiencia que nos motive y no que sea fuente de conflictos o sufrimiento. Conectarnos con nuestro interior, poder llegar a descubrir que es lo que realmente queremos, ser artífices y responsables de nuestras propias decisiones, empezando por elegir con quién realmente queremos comenzar este nuevo año, nos permitirá comenzarlo con esta nueva actitud.
Pensar que las fiestas pueden ser un momento de regocijo, que nos brinda la oportunidad de rodearnos de amigos, familiares o seres queridos y por qué no, construir nuevos vínculos, lo cual fortalecerá nuestra salud emocional, en primer lugar, nuestra salud mental y por ende nuestra salud física. El estar y compartir este momento con aquellas personas que son comprensivas y contenedoras es un remedio para cualquier dolencia o tristeza que pueda surgir en esta época.
Entonces, la mejor decisión es aquella que nos haga sentir bien con nosotros mismos, aunque sin olvidar a los otros para encontrar así un sano equilibrio
No hay comentarios:
Publicar un comentario